Grandes desgracias, pequeñas desgracias

30 Sep

No soy adicto a la Real Academia Española de la Lengua, me parece que son una tribu de viejitos a los que les cuesta una barbaridad darse cuenta que el idioma cambia todos los días, y que mientras ellos lo discuten desde sus numerarios sillones de cuero, sigue cambiando sin que ni siquiera se den cuenta.

Sin embargo y para intentar ser lo más preciso posible, y como son ellos los que determinar el significado, más no el significante de algunas palabras, recurrí a su sitio de Internet para saber qué demonios dicen acerca de la palabra desgracia; he aquí, sin censura, el resultado:

(De des- y gracia).

1. f. Suerte adversa. Mi amigo tiene desgracia en cuanto emprende.

2. f. Suceso adverso o funesto.

3. f. Motivo de aflicción debido a un acontecimiento contrario a lo que convenía o se deseaba.

4. f. Pérdida de gracia, favor, consideración o cariño. Ha caído en desgracia.

5. f. Desagrado, desabrimiento y aspereza en la condición o en el trato.

6. f. Falta de gracia o de maña.

7. f. ant. Menoscabo en la salud.

Pues bien, partiendo  de la segunda acepción, “suceso adverso o funesto”, ya que no creo en la suerte ni el destino, comienzo mi comentario.

La desgracia, en forma de suceso desafortunado y funesto, con cara de huracán y tormenta tropical, ha caído sobre nuestro país, dejando más de 100 muertos, miles de familias en la indefensión total, gran parte del territorio nacional bajo las aguas y un rastro de destrucción tal, que no tengo memoria de que algo similar haya acaecido en esta tierra .

Una verdadera desgracia.

Y una vez más, el noble pueblo de México muestra que la solidaridad no es el nombre de un programa oficial, que la sociedad civil tiene una fuerza y un compromiso inigualable y que la adversidad es siempre un acicate para sacar lo mejor,  y a veces lo peor de nosotros mismos.

Vayan estas líneas, con toda la humildad posible, para seguir pidiendo a todos, amigos, conocidos, desconocidos e incluso enemigos que no olvidemos que a pesar de que las lluvias paren, la emergencia continúa. Que permanezca la cadena solidaria que se ha establecido y que se tomen las medidas necesarias, imprescindibles, para que no vuelva a suceder.

Sabemos bien quien paga siempre los platos rotos, los desposeídos (hoy más desposeídos que nunca), los olvidados, los que no aparecen en la nómina ni salen en la foto a menos que la desgracia, maldita palabra, caiga como un ave rapaz sobre ellos.

Hay otras desgracias menores, casi cotidianas, que a pesar de su aparente  pequeñez, no tendrían que pasar inadvertidas.

“Alguien” tuvo la brillante idea de restaurar la escultura ecuestre de  Carlos IV, fundida en bronce por Manuel Tolsá en una sola pieza ; una de las únicas tres que existen en el mundo realizadas con ésta técnica según me cuentan.

Es muy conocida por los habitantes de la muy noble y leal Ciudad de México como “El caballito”, y sin duda un icono de la capital mexicana, y un marco de referencia de nuestro centro histórico.

Y desde hace unos días comenzó a brillar de una manera singular.

Debe ser a causa del ácido nítrico con la cual está siendo “restaurada”.

Es de bronce y el bronce brilla, cierto. Pero el bronce brilla sólo durante un tiempo relativamente corto porqué el paso del tiempo tiende a “enverdecerlo” de una manera natural (y disculparán el muy científico argumento que utilizo, pero para los efectos conducentes es más que suficiente).

Conozco “El caballito” desde niño y es verdoso desde entonces, y verdoso es como a mí por lo menos, me gusta.

Bueno, ahora brilla un poco. Un 35 por ciento. Que ha sido catalogado como “daño irreversible” aunque otros piensan que es reversible. Bonito galimatías. Una pequeña desgracia dentro de las grandes desgracias que estamos viviendo. Aquí, para referirme a esta pequeña tragedia, opto por la tercera interpretación que de la palabra, da la Academia: “Motivo de aflicción debido a un acontecimiento contrario a lo que convenía o se deseaba”. Y afligido estoy, sin duda.

Hay dos escuelas de restauración en el mundo; una que dice que hay que conservar la pátina del tiempo y la dignidad que ella le confiere y otra que piensa que las obras de arte deben poder verse tal y como fueron creadas.

Estoy con la primera, yo que no soy un especialista ni mucho menos, pero que respeto al señor Cronos y los efectos que causa sobre obras de arte, hombres y paisajes. No creo que haya que hacer brillar a Carlos IV exactamente igual que no creo que una guapa deba ponerse colágeno en los labios para ser más guapa.

El caso es que para mi gusto le han dado en la madre a “el caballito”. Algunos “mexicanistas” están de plácemes porque dicen que representa lo peor del poder colonial y porqué bajo las patas del equino que el emperador monta, hay un escudo de Cuitláhuac, el líder de la resistencia contra la invasión española, y eso resulta inadmisible.

Yo nomás digo, desde estas páginas, que en el caso del caballito que nos pertenece a todos por igual, y apelando a la sabiduría de García Lorca, que me gustaría que volviera a ser “verde, que te quiero verde”.

Las palomas mexicanas que revolotean por el lugar, se han encargado, desde hace años, de cagarle en la cabeza, redimiendo un poco el escarnio a Cuitláhuac.

La pátina del tiempo es una marca de honor.

Por eso no me pintaré jamás las canas. No permitan por favor, que nadie me “restaure”. Les encargo.

Por: – septiembre 29 de 2013

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